Acaba de lanzarse un servicio de buses, Megabus, que conecta Barcelona con varias ciudades europeas por sólo un euro. Nada más ver la noticia quedé lógicamente sorprendido y me entraron unas ganas tremendas de viajar en ese bus. ¡Qué ganga, sólo un euro! El inconsciente interpretó ese mensaje como algo muy positivo porque supondría un ahorro considerable de dinero. Sin embargo, tras pensarlo un buen rato, la euforia bajó. El consciente cogió las riendas de la situación y lanzó otro mensaje: ¿Serías capaz de dedicar 27 horas de tu valiosa vida para llegar (probablemente destrozado) hasta Londres? Tal vez no es tan buena idea.
Piénsalo bien. Cuando se trata de ahorrar dinero (sobre todo al viajar), no parece haber límites. Estamos dispuestos a casi todo por gastar menos. A llegar hasta un aeropuerto alejado del centro para que el billete no se dispare (y tardar más en llegar después al centro), a evitar el típico bus turístico que pasa por los puntos clave (y tardar más en visitar los monumentos), a no pagar un extra que nos eximiría de hacer colas en un parque de atracciones (y tener que hacer cola) o, como no, a viajar 27 horas en bus porque sólo cuesta un euro (y tener que dedicar tiempo después a recuperar la espalda maltrecha). En la vida cotidiana pasa exactamente lo mismo: cuando algo se estropea (el ordenador, el microondas o la lavadora), no nos cansamos de buscar y rebuscar posibles soluciones (en internet) sin tener que pasar por el técnico que nos cobrará demasiado. Malgastamos tiempo intentando ser y hacer lo que no somos y lo que no sabemos hacer. David Cantone ejercía de buen ejemplo en un artículo reciente.
Nos han enseñado a valorar más el dinero que el tiempo. Por eso no nos importa dedicar más tiempo del necesario a algo si eso implica poder gastar menos. Porque el dinero se gana y el tiempo simplemente se tiene y se emplea. Cuando uno comienza a vivir, se pone en marcha su contador de segundos, minutos, horas, días, meses y años. Un cronómetro que sólo parará el día que pare el corazón. Un contador al que damos poco valor porque hace su curso independientemente de nosotros. Un contador que, curiosamente, parece acelerarse o ralentizarse en función de lo que hacemos. El dinero, en cambio, no tiene un contador de nacimiento (a no ser que uno haya nacido afortunado). Llega más tarde. Cuesta más conseguirlo. Y, encima, nos hemos puesto de acuerdo en sobre valorarlo hasta convertirlo en la moneda de cambio de todo. Irremediablemente, cuenta más.
Hay quién vive única y exclusivamente para trabajar el máximo tiempo posible y ganar el máximo dinero posible. Así, cuando se jubile, podrá tener acceso a todo lo que no ha podido acceder antes por falta de tiempo (y dinero). Olvida, pero, que mañana no tendrá la fuerza que tuvo ayer, que mañana la vida le puede soltar un revés antes de hora, o que mañana todo su dinero puede que desaparezca. Porque se lo comió el perro, porque entraron a robar o porque lo invirtió en preferentes para ganar el máximo posible. Quién sabe. El tiempo ya ha pasado y no volverá.
Y hay quien vive pensando en todo momento en dedicar el máximo posible de tiempo a lo que desea, en gastar el dinero inteligentemente para no malgastar el tiempo, y en hacer, siempre que sea posible, lo que le apasiona con la gente que quiere. Lo único malo que le puede pasar es que siempre viva con el dinero justo. Lo bueno, que nunca va a quejarse por “no tener tiempo”, pues ya se ha preocupado de planificarlo y reservarlo para lo que realmente le interesa. Y, sobre todo, que no va a faltarle felicidad, pues pocas cosas reconfortan más que saber que uno está entregando su vida, única e irrepetible, a lo que siempre ha querido ser y hacer.
La vida es un conjunto de decisiones, y ésta, dinero o tiempo, es una de las más complejas. Cuesta decidir porque cada recurso tiene sus ventajas e inconvenientes, porque de pequeños nos iluminan un camino concreto y porque para invertir bien el tiempo primero uno debe hallar su verdadera pasión y motivación. Además, vivir con poco dinero e invertir el tiempo en las pasiones está mal visto. Por suerte, hay quien se atreve a cambiar de carril antes de que sea demasiado tarde. Si quieres, aún estás a tiempo. 27 horas son mucho más importantes que un miserable euro. No las malgastes en un autobús.
Deja una respuesta