Me refiero a la que se come. La italiana. Rigatone, Fettuccine, Farfalle o Penne. Esa que tanto nos gusta y comemos para aburrir.
Los jóvenes —estudiantes universitarios o trabajadores que comparten piso— son los únicos seres vivos capaces de sobrevivir a base de hidratos de carbono. Pasta por un tubo. Para comer, cenar y hasta desayunar.
Algunos estudios de la Universidad de Tagliatella ya empiezan a demostrar que el cuerpo de según que jóvenes de entre 18 y 25 años contiene más pasta que agua. Y que su descendencia puede que herede rasgos Fusili. A ellos no les importa. Seguirán comiéndola hasta reventar.
El motivo es claro: un kilo de pasta cuesta menos de un euro y hasta el más negado cocinando sabe poner agua a hervir. Y tirar la pasta. Y colarla. Y vaciar un bote de Solis en ella. Algunos aún se olvidan la sal.
La despensa de un piso de estudiantes está compuesta básicamente por paquetes de macarrones y espaguetis de kilo y tetrabriks de tomate frito. Abundan también los de nata para los que prefieren preparar un sucedáneo de Carbonara. Y el queso rallado para el toque final.
Si un universitario que vive en piso compartido no come pasta al menos cuatro veces a la semana es por tres razones: uno, aún le quedan tuppers de su madre en el congelador; dos, sustituye la pasta por pizza Tarradellas; o tres, sabe cocinar.
Si el piso compartido lo ocupan sólo varones, la tendencia a vivir de pasta crece aún si cabe. Uno estira al otro y del bucle macarronil nadie sale. Ojo cuidado, suelen haber casos muy esporádicos de universitarios que saben prepararse otros platos. Pocos. Si el piso es de damas el recurso pasta es menos habitual, aunque sigue siendo base alimenticia para muchas.
Para los que no saben hervir la pasta por un lado y preparar la salsa por otro, existen los sobres de ración que ya integran ambas cosas. Sale más caro, pero buena parte de la comunidad estudiantil se rinde a estos envases.
Desde hace un tiempo ha entrado en juego otro producto que ha roto el mercado: Yatecomo, se llama. En 5 minutos, el estudiante tiene un rico bol de fideos en la mesa por el módico precio de 1 euro. Van que vuelan en los pisos compartidos. Si te descuidas, ya se han comido el tuyo.
Estamos, sin duda, ante una droga blanda. Bueno, dura hasta que ha hervido. Para reducir su impacto sólo se me ocurre una solución tan efectiva como la del tabaco: copiar los mensajes negativos de las cajetillas de cigarros. No se trata de poner «Comer pasta mata», sino algo más suave pero que remueva las conciencias juveniles. Propongo, sin que se ofendan los italianos ni Hacendado, que en los paquetes de macarrones o espaguetis haya una etiqueta que indique: «Peligro, si abusas la pasta te saldrá por las orejas». Las madres lo agradecerán. Los estómagos, también.