
Estoy leyendo las últimas páginas de este libro a 10.000 metros de altura, en algún punto entre Menorca y Barcelona. O al menos eso intento, porque este avión de Ryanair se mueve más de lo normal y porque a mi lado hay un niño que no para quieto. El padre ya se ha disculpado tres veces: «Creo que no te dejaremos trabajar…». Cuando me adentro en la reflexión final del autor Sam Leith -brillante, por cierto-, el hombre, con acento vasco, me pregunta que qué leo y entablamos una conversación que ejemplifica lo que mucha gente entiende por retórica:
– Ei, perdona, que lees?
– (Enseñando la curiosa portada) Un libro de retórica. Es fundamental para mí, quiero ser periodista.
– Ah! Bien. Retórica, interesante… Y exactamente ¿qué es?
– Difícil pregunta porque no es algo exacto ni concreto. Es el arte del bien decir o de convencer con palabras, de usar bien los argumentos, de comunicar, de conmover, de camelar.
– Ya… Bueno lo veo más bien como el arte de manipular, en eso los periodistas sois expertos (ríe). En maquillar las informaciones, mentir…
– (con asombro) No te creas. Claro que sirve para persuadir y engañar a veces, pero no siempre. La retórica la usamos todos. Tú la has usado en lo que llevamos de viaje para calmar a tu hijo y la usarás para que hoy cene. Está en todas partes solo que no nos damos cuenta.
– Bueno, hay gente que la sabe usar y gente que no… Hay que tener don de gentes. Para eso los vascos somos buenos.
– Es verdad, aunque no es solo cuestión de técnica. Te recomiendo que lo leas. Descubrirás todo un mundo alrededor del poder de la palabra, aprenderás mucho, es muy entretenido.
– Me lo apunto, pues.
Exordio ejemplar
No hace falta ni leer la primera página para engancharse. La portada, el título y el texto seleccionado para la contraportada convencen (no podía ser menos en una obra que habla de embaucar y conmover). Estos tres elementos ya nos dan algunas pistas de cuál será el estilo del libro: apelará al lector constantemente, le hará preguntas (algunas retóricas), bromeará, será elegante, presentará la retórica como algo interesante, será diferente a los manuales típicos. El título ¿Me hablas a mí? (original: You talkin’ to me?) es el primero de muchos guiños dirigidos al lector. Todos hemos utilizado esta expresión alguna vez siendo serios o irónicos. Por otro lado, las 14 líneas de la contraportada son para mí un ejercicio brillante de convencimiento. «(…) La retórica es lo que persuade y engatusa, inspira y embauca, entusiasma y engaña. Y no es solo el territorio de los políticos». El autor nos dice implícitamente que ya estamos tardando en conocerla muy bien, que nos interesa.
Pero, por si no te convence lo exterior del libro, están las primeras líneas de la introducción. Leith toma una escena de Los Simpson para arrancar con su exordio y atar definitivamente al lector:
¿Sabe usted qué es la retórica? Porque debería saberlo. (…) Y si Homer es capaz de hacer una broma sobre la retórica, puede estar seguro de que es un tema que no tiene porque ser intimidatorio
Comenzar reflexionando sobre qué es esta disciplina es sin duda una buena decisión, casi necesario. Ya desde el inicio el autor da varios significados dignos de mención (otros los aportará a lo largo del libro). Dice que en esencia es «el intento de un ser humano de influir en otro mediante palabras». Es decir, de provocar efectos. Pero también es un campo de conocimiento, de análisis, que ha sido investigado por grandes filósofos y pensadores. Y, por supuesto, una técnica, una habilidad, una capacidad del ser humano. Por tanto, la retórica engloba muchas perspectivas, es algo inagotable. De ahí que la intención del autor sea abordarla en un sentido amplio.
Ni rastro de la retórica en la educación
Es aún en la introducción donde Sam Leith aborda el abandono de la retórica en los planes de estudios, un tema fundamental. Ya no se estudia, al igual que otras disciplinas humanísticas que han sido enterradas por conocimientos técnicos. Ni en la escuela obligatoria, ni en el entorno universitario. Ahí es donde surge la gran paradoja: «Usamos más que nunca la retórica pero no la vemos. Ha desaparecido cuando debería ser como enseñar el agua a un pez», dice Leith con razón. Si Aristóteles, principal estudioso de la retórica y referencia constante en el libro, decía que el estudio de esta disciplina era el estudio de la humanidad, era por algo. Una de las consecuencias del olvido educativo de la retórica es que la percibimos como algo marginal, algo de lo que debemos desconfiar, algo malo. Y es aquí donde el autor dice que «lo que hoy nos parece retórico es, en su mayor parte, retórica que no funciona». Cuando se percibe la retórica en un discurso, inmediatamente nos chirría algo. No toleramos que los políticos hablen bien. Esa era precisamente la crítica que le hacían a Barack Obama en 2008 cuando se perfilaba como futuro presidente de los Estados Unidos.
No se entiende la retórica sin sus orígenes. Por eso, antes de entrar en el núcleo duro, el segundo capítulo recoge el pasado. La retórica tiene, aproximadamente, tanta antigüedad como la democracia, 2500 años, y es que de hecho ambas van de la mano. Leith dice que «un mundo más democrático es un mundo más retórico», puesto que democracia significa poder argumentar. El autor explica cómo nació la retórica a partir del año 485 a.C. en la ciudad siciliana de Siracusa, por la necesidad de la población de recuperar tierras perdidas ante los tiranos Gelón y Hierón I. Cuenta también el papel que jugó Córax y como difundieron el arte de la persuasión Tísias y Gorgias por toda Grecia y el mundo. Es curioso ver que la retórica nació vinculada a lo judicial y a lo político, y ha sido con el tiempo que se ha asociado a la literatura.
No tardaron en llegar las críticas a la retórica. Como explica el autor, Aristófanes y sobre todo Platón destacaron la negatividad de este arte. El filósofo griego no confiaba en la democracia y, por tanto, tampoco en la retórica, “le parecían sospechosos la naturaleza instrumental y los métodos turbios de la persuasión retórica”. Fue a partir de ahí que se tejió lo que hoy es la principal acusación (recuerde el episodio del avión): “Que la retórica proporciona al ignorante verosímil o al egoísta hipócrita -miserable o el loco- poder sobre los buenos y los prudentes”. Sin embargo, gracias a las obras de grandes pensadores griegos como Aristóteles (autor de Retórica) y Marco Tulio Cicerón (al que se le atribuye la obra Ad Herenium y al que le dedica un capítulo especial el autor), la retórica ha llegado a ser lo que es hoy: una disciplina de vital importancia en las artes liberales.
Referencia constante a Aristóteles
La base de este libro, como ya se intuye con el subtítulo, es Aristóteles. Leith parte de la obra del polímata para explicar la retórica y estructura su ensayo a partir de las cinco partes de ésta: invención, disposición, elocución, memoria y acción; y con los tres tipos: deliberativa, judicial y epidíctica. La teoría, tal y como la cuenta, no es para nada aburrida pues pone ejemplos constantemente y, además, profundiza en la retórica de grandes personajes de la historia. De entrada, pero, cuesta asimilar todos estos elementos, fundamentalmente porque de cada uno de ellos se desprenden más conceptos muy relacionados entre sí. Sin embargo, este no es un libro planteado para entretenerse en una sola lectura, es también un manual para tener siempre a la vista en la librería de casa. Para sacarle partido es obligatorio releerlo de vez en cuando y perderse en el completo glosario final, es ahí donde uno aprende.
Las cinco partes de la retórica son, en esencia, simples: en la invención pensamos lo que queremos decir, en la disposición lo organizamos y estructuramos, en la elocución hallamos la forma en que queremos decirlo, en la memoria retenemos todo el discurso y en la acción lo llevamos a cabo. Dicho así, Leith nos lo pone fácil, sin embargo el proceso es muy complejo. Y, no nos engañemos, raramente paramos a pensar en todos estas fases cada vez que vamos a escribir un texto o a preparar un discurso, aunque sería lo recomendable. Ahí puede estar la causa de que no siempre logremos buenos resultados: en esencia, convencer.
La retórica se nutre de argumentos. Para convencer y conmover es necesario construir una argumentación sólida. Y eso se puede conseguir apelando a tres elementos aristotélicos que Leith identifica como los tres mosqueteros (otro guiño al lector): ethos (carácter del que habla), logos (razón) y pathos (emoción). A partir de estas tres líneas de argumentos surgen reflexiones destacables. Por ejemplo, hoy en día, el ethos en el mundo digital es tan importante como el del mundo real. El prestigio, la reputación o la marca digital de una persona, por decirlo así, es fundamental para triunfar en Internet haciendo lo que sea. Y, además, hoy ya comunicamos más a través de la pantalla que en persona: emails, tweets, posts, podcasts… Dicen algunos expertos que de media nos comunicamos cada día con 23 personas online y con 16 de forma personal. Del ethos digital depende, en gran medida, que seamos capaces de convencer a la persona que hay al otro lado. Por supuesto, también es importante cuidar las ideas y la estructura y forma que le damos a estas. Ahí también resulta interesante ver que la escritura y la comunicación en pantalla necesita de una retórica especial puesto que la recepción de los mensajes es distinta al medio escrito convencional o a la oralidad.
Porque todos usamos la retórica y a todos nos debería preocupar como hablamos y como nos comunicamos, este es un libro de obligada lectura
Por otro lado, Aristóteles tiene razón cuando dice que los razonamientos son eficaces cuando a los oyentes se les permite pensar que se les han ocurrido a ellos, cuando llegan a la conclusión. Aquí hablamos de lo razonado (logos). Discrepo con lo que dice Leith: «La retórica no trabaja con certezas, sino con probabilidades: con analogía y generalización. Si el filósofo se ocupa del conocimiento, al retórico le interesa mucho más la creencia». No estoy de acuerdo en esto último porque la línea que separa una persona retórica de una no retórica es muy difusa. ¿Acaso no somos todos retóricos ya que usamos el lenguaje? Si es así, un filósofo también es retórico (retórico especial, si se quiere) y, por tanto no solo se ocupa del conocimiento, también de la creencia.
Apelar al pathos es buscar la emoción y es quizás lo que más solemos hacer porque, como dice el autor, «el sentimiento -y a través de él la compasión- es la base de casi todo lo que la mayoría de nosotros consideramos importante en el ser humano». Y no es solo hacer llorar, sino provocar cualquier sentimiento.
En la disposición, el autor habla de 6 partes: exordio, narración, división, prueba, refutación y epílogo. Como decía, la retórica es compleja por su cantidad de ramificaciones. Esta es la estructura modelo de cualquier texto, sea escrito u oral. No voy a detenerme en cada una de las ramas pero sí considero necesario comentar lo más destacado. Sobre el exordio -el comienzo- es mencionable que de su solidez depende el que un lector u oyente se interese por lo que le vamos a contar. Es la entrada de un texto, el enganche, donde debemos camelar al otro. De igual forma es fundamental acabar bien con un epílogo memorable: «un error al final tiene mal arreglo». Y esto es igual de difícil que el comienzo. Solo hay que recordar lo complicado que es despedirse de alguien al que le tenemos afecto. Cuesta, pero es necesario hacerlo bien para que nos recuerde.
Lo que a todos nos suena: las figuras retóricas
Lo primero que le viene a la cabeza a alguien cuando oye la palabra retórica son, sin duda, las figuras. Metáfora, metonimia, anáfora, hipérbaton… Todos esos recursos que nos enseñaron en la ESO (y muchos más que desconocemos) entran en juego en la elocución, es decir en la forma que le damos a nuestras ideas. Leith las define bien: «Es un intento de categorizar a la extraordinariamente amplia gama de cosas que se pueden hacer con el lenguaje. Es como un baile, no hay solo una lista de pasos, pero constituyen un buen punto de partida». El uso de estas figuras está directamente relacionado con el estilo, pero no acabo de coincidir en lo que afirma el autor: «Cuanto más retórico y más lleno de metáforas, más elevado es el estilo». En cualquier caso, lo que a mi modo de ver es más importante, es adecuar este estilo a tu público. Es casi un pecado llenar un texto de recursos retóricos si sabes que te va a leer alguien poco preparado para ello.
Estas tres primeras partes de la retórica (invención, disposición y elocución) se asocian tanto a textos pensados para ser leídos como para ser escuchados. Sin embargo, en la memoria y la acción entran más en juego conceptos como la oratoria o la elocuencia. Es un buen momento para abordarlos, lo cierto es que Sam Leith no se para en diferenciarlos y ese es tal vez uno de los pocos errores que comete. La RAE dice que la oratoria es el arte de hablar con elocuencia y que la elocuencia es la facultad de hablar o escribir de modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir. Y sobre la retórica apunta que es el arte del bien decir. Apenas nos saca de dudas, aunque quizás la particularidad de la oratoria es que está presente sólo en los discursos orales. Sin embargo, uno también puede asociar esta oratoria a un cierto talento innato (no se puede aprender) y la retórica al perfeccionamiento del lenguaje (si lo conoces bien, puedes llegar a ser un buen retórico).
¿Cuando decimos que nos hemos quedado en blanco es que nos ha fallado la memoria? ¿O es que entendemos mal el concepto de memoria, es decir lo asociamos simplemente a la memorización de algo para ser reproducido de manera exacta? Estas cuestiones, sobre las que deberíamos reflexionar, se plantean en la última parte de la retórica antes de la propia acción. Cuando estudiamos para un examen o preparamos una presentación estamos apoyándonos en la memoria pero de manera errónea, la mayoría de veces. Es decir, no conseguimos que “lo que decimos se desprenda de manera espontánea y natural de nuestros pensamientos”. En la acción entra también en juego el adorado Power Point que, usado mal, puede considerarse como el mayor instrumento antiretórico jamás inventado.
El «cierto talento para la retórica» de Barack Obama
Sam Leith, después de describir las partes profundiza también en las tres ramas de la retórica propuestas por Aristóteles: la deliberativa (busca la acción), la judicial (investiga el pasado) y la epidíctica (se fundamenta en el elogio o la crítica). Más que entrar en lo que significan cada una de estas, me parecen interesantes los capítulos dedicados a personajes como Luther King o Barack Obama y como explica Leith sus historias. Descubres que el pastor estadounidense improvisó la expresión “I have a dream” en su discurso memorable, que no tenía previsto utilizar ese recurso, surgió. Y te arrodillas ante el “cierto talento para la retórica” que posee el presidente de los Estados Unidos. Me parece también sumamente interesante el papel que juegan los escritores de discursos de políticos norteamericanos, cuyas historias se recogen en las últimas páginas. Así, podríamos pensar que estos políticos solo se ocupan de apelar a su ethos y de llevar a cabo buenas actios, mientras que los escritores se encargan del resto.
Llegados a este punto, creo conveniente decir que el libro de Sam Leith contiene muy pocos errores. De forma, a mi modo de ver, ni uno. De contenido quizás es criticable su obsesión con el mundo anglosajón a la hora de proponer ejemplos. Lo más interesante de ¿Me hablas a mí? es que el autor te hace reflexionar constantemente y, sobre todo, que es capaz de cambiarte la percepción que tienes de la retórica. Si lo hace es porque convence con un manual distinto, ampliamente documentado y estructurado de forma impecable: exordio inmejorable, narración clara, división, prueba y refutación fundamentadas, y peroración perfecta (la reflexión final es brillante). Si se preguntan si Leith usa bien la retórica les puedo decir que, sin duda, sí. Este es un libro que todos deberíamos leer, a poder ser más de una vez.
Muchas gracias por este análisis. Me he leído el libro y me ha ayudado mucho tu post para analizar mejor cada parte.
Saludos