Cada día nos encontramos con pequeños obstáculos que nos dificultan el paso. Parece, a veces, que alguien los coloca a propósito, para jodernos. Cada día, el individualismo y el estrés nos juega malas pasadas y hace que enfadarnos por cuestiones ridículas sea demasiado fácil. Escribo estas líneas para convencer a todos los que conviven con esta frustración inútil -y de paso a mí mismo- de la necesidad de relativizar las cosas y de preocuparnos, sobre todo, por lo que verdaderamente importa (y suele afectarnos como conjunto).
¿De verdad es tan grave que el coche que llevamos delante circule a 60 km/h por la carretera y nos esté frenando? ¿O que la tele se estropee y no podamos ver el fútbol? ¿O que hagamos el ridículo delante de un grupo de gente? ¿O que el Barça sólo gane la Liga? ¿O que el arroz hoy no quede tan bueno como siempre?
Preocupémonos por esas personas que se hipotecaron años atrás y, tras quedarse en el paro, ahora se ven expuestas a ser morosas de por vida. O por esas que un día firmaron un papel pensando que ponían sus ahorros en un depósito seguro y ahora ven que dificilmente los recuperaran. Por los casi 6 millones de parados. Por las pensiones dignas que los jóvenes de hoy en día dificilmente tendrán cuando se jubilen. Por la educación o la sanidad públicas que se hunden. Preocupémonos por escoger bien a nuestros representantes.
Preocupémonos por todas estas injusticias colectivas que, si no nos afectan hoy, puede que lo hagan mañana. Solo así seremos capaces de ver los pequeños obstáculos del día a día como dificultades mínimas que podemos superar con tranquilidad.
La próxima vez que te encuentres un coche circulando a paso de tortuga delante tuyo, ¿qué harás? ¿Te cagarás en él o pensarás en la de cosas más importantes que hay en esta vida que tenemos la suerte de vivir?
Tú mismo.
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