No negaré que es una de las citas tecnológicas más importantes a nivel mundial. Que es donde se «crea el futuro» no tan futuro. Que es un auténtico polo de atracción de startups, emprendedores e inversores (o sea dinero) y que genera un impacto brutal sobre la ciudad de Barcelona. Pero, eso sí, menudo caos y cuánto paripé.
Ayer estuve por primera vez en el Mobile World Congress (MWC). Fui para trabajar, acreditado por El Mundo. Me tocó cubrir un par de eventos y hacer una entrevista. No morí en el intento pero casi. Un evento así —1.800 expositores, decenas de conferencias simultáneas y una barbaridad de gente— te supera, aunque vayas con objetivos claros. Es el paradigma de la infoxicación.
Mi aventura empezó con la recogida de la acreditación. «Hello, press?». Sí, prensa, respondí a la chica británica que acreditaba a los periodistas. Tras buscar mi nombre en el registro, me pidió que le enseñara algún ejemplo de mi trabajo. Le mostré este artículo sobre Internet como le podría haber enseñado el horóscopo y habría colado. Apenas leyó el titular.
A las 10.30 de la mañana comenzaba la primera conferencia, en el 4 Years From Now (4YFN) de Fira Montjuic, por la que estaba allí. Pepe Agell, emprendedor catalán establecido en Sillicon Valley y responsable de la plataforma Chartboost, impartía primero un inspirador speech sobre su experiencia emprendedora y después moderaba una mesa sobre desarrollo y monetización de videojuegos para móviles. Lo cierto es que fue muy interesante. Pero, como todo lo que pasa en el MWC, fue en inglés. Sí, ya sé que hay que aprender el idioma que habla el mundo. Pero el mío aún es para salir del paso. Ingenuo de mí, esperaba que alguna alma caritativa del congreso hubiera pensado en poner algún sistema de traducción simultánea al español. Por aquello de que estamos en Barcelona, Catalunya, España. Ni rastro.
Tras escuchar largo y tendido sobre videojuegos, App store, Clash of Clans, Flappy Bird, player acquisition y CPI me tocó seguir haciéndolo, ahora en privado y con el mismo Agell. El caos que se respira en el MWC hizo que tuviera que esperar una hora para poder entrevistarle, pues tenía varias peticiones y numerosos compromisos. No me importó esperar —momento en que me crucé con el príncipe Felipe, que paseaba por allí— para poder charlar tranquilamente con una mente despierta, motivadora y amable como la suya. Si no pasa nada raro, dentro de unos días veréis el resultado en el suplemento de Innovadores de El Mundo.
Hora de dirigirme a Gran Vía para comer y seguir con los planes. El autobús lanzadera habilitado para la ocasión me dejó en la puerta de Fira Barcelona a las 14:20. Tardé 35 minutos de reloj para encontrar la zona de restaurantes, en el Hall 4. Por suerte, a cinco minutos del cierre de la cocina. Había cuatro opciones: menú mexicano, chino, japonés o mediterráneo. Fui conservador. A los de prensa nos dan de comer gratis. Si no vas al evento como periodista y tampoco has pagado un pase Platinum o Gold, el menú -que tampoco es para tirar coetes- cuesta 40 euros. Poca broma.
Cuando terminé de comer la sosa ensalada, la focaccia de jamón, las croquetas de bacalao y los canelones de espinacas (todo muy equilibrado de salsas), me dirigí al auditorio de enfrente, el número 1. Allí donde Zuckerberg generó tanta expectación el día anterior hoy se entregaban los Global Mobile Awards. Yo estaba allí para ver como Artur Mas recogía un galardón especial que el GSMA entregaba a la Generalitat por su impulso de la tecnología móvil en el entorno educativo gracias al programa mSchools.
La entrega del premio especial, que se demoró más de lo esperado, fue a las 16:15. Supuso apenas cinco minutos, los necesarios para proyectar el vídeo promocional de mSchools, para que el president hiciera gala de su buen inglés transmitiendo un mensaje de agradecimiento y para que mis compañeros fotógrafos sacaran la foto. Los Global Mobile Awards, con los que la agrupación de operadoras móviles GSMA premia cada año a las mejores iniciativas de tecnología móvil, terminó con el breve discurso de Mas.
Era momento de ir a la redacción del diario para preparar una información sobre ese tema. Antes de salir del recinto, sin embargo, una chica de catering me pidió que respondiera a una encuesta sobre el servicio recibido en el restaurante Mediterráneo. De media les puse un 4 de 5, pero no pude evitar añadir que se les había ido la mano con las salsas. Nada grave.
En el autobús de vuelta empecé a revisar lo poco que había dicho Mas para ordenar el texto. Al llegar a El Mundo, EFE ya había enviado una nota de prensa sobre el evento que algunos medios habían replicado sin modificar ni una coma. Contra la rapidez de la agencia de noticias poco se puede hacer. Pero sí contra su calidad. Con la cabeza como un bombo y aún sin asimilar todo el caos vivido durante ese medio día, escribí unas líneas para la web que hoy se publican en papel.
A las 21h abandoné la oficina de Passeig de Gràcia, donde no más de 15 periodistas se rompen la cabeza cada día para hacer la edición catalana de uno de los principales diarios generalistas españoles. Durante el trayecto en autobús hacia casa reflexioné sobre la aventura. La acreditación, la comida, el inglés, Felipe, Artur Mas… Y pensé que, efectivamente, tenía toda la razón del mundo el que en Twitter dijo: «En el MWC notas que el dinero está muy cerca pero ni lo rozas». Entre tanto caos y paripé, no me extraña que al llegar la noche los que mueven los hilos de la tecnología —que por unos días roban el papel de ídolos a los futbolistas— se monten unas buenas fiestas. De alguna forma hay que olvidar que la vida de muchos depende de ellos, ¿no?
Deja una respuesta